martes, 4 de julio de 2017

LIMITACIONES DE LA MEDIDA DEL CRECIMIENTO


El Producto Interior Bruto (PIB) es el indicador más utilizado para analizar la situación económica de un país, porque se calcula tomando como base los bienes y servicios con los que cuenta una sociedad e influye en otros indicadores, tales como el nivel de empleo y la evolución de los presupuestos públicos. Incluso da pie a que se saquen conclusiones, interpretando a veces que el acceso a más bienes y servicios significa un aumento de la calidad de vida.

Pero el PIB tiene importantes limitaciones para reflejar con nitidez el bienestar de una sociedad. Una limitación importante es que recoge únicamente las actividades económicas que pasan por el mercado de forma oficial, dejando fuera a la economía sumergida (dinero en “negro”), el valor del trabajo doméstico no remunerado (tareas del hogar, cuidado de niños y de personas mayores) y el trabajo de los voluntarios en asociaciones, ONGs y otras instituciones.

Otro aspecto limitador es que se obtiene de una complicada elaboración estadística, sujeta a errores y omisiones. Y cuando el PIB se calcula por habitante, el valor medio que se ofrece no suele reflejar la verdadera situación socioeconómica, debido a que no tiene en cuenta la desigualdad que se da en el país.

Suele argumentarse a veces que el aumento del PIB beneficia a toda la sociedad, en base al conocido “efecto goteo”, según el cual primero es necesario un crecimiento económico y después sus efectos llegan, como a través de un goteo, al conjunto de la población. Pero lo cierto es que entre crecimiento y distribución no existe una relación secuencial, sino que se da más bien una simultaneidad.

Algunos opinan que, con un crecimiento de distribución desigual, la minoría más beneficiada puede compensar al resto de la población, pero resulta un razonamiento poco realista, porque es muy dudoso que se llegue a este tipo de compensación cuando la política económica está orientada únicamente a aumentar la tasa de crecimiento. Más bien sucede que se opta por reducir la carga impositiva, con lo que la redistribución puede resultar insignificante.


El gráfico representa el caso de España, que creciendo a una tasa en torno al 3% del PIB en los recientes años, apenas reduce la alta desigualdad que señala el indice de GINI (0 a 100, menor a mayor desigualdad) de 32,9 en 2009 y 34,5 en 2016, frente a Alemania (29,2), Francia (29,4) y la media de los países de la OCDE (31,8). Con un sistema fiscal y de transferencias sociales endeble, un país puede avanzar por la vía del crecimiento, pero con escasa redistribución de las rentas generadas.

Hay que tener en cuenta que la misma trayectoria del crecimiento económico influye en el nivel de la desigualdad existente en una sociedad. Un país que busca mayor igualdad en la distribución de la renta suele impulsar, bien produciendo o bien financiando, servicios sanitarios, educativos o asistenciales, fortaleciendo la protección social. Por tanto, se puede afirmar que las trayectorias de crecimiento y de distribución van unidas en el proceso de crecimiento económico y que el PIB únicamente refleja el crecimiento.





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