martes, 17 de enero de 2017

PIB Y BIENESTAR

El Producto Interior Bruto (PIB), uno de los conceptos económicos más utilizados hoy día, es el conjunto de los bienes y servicios producidos en el territorio de un país con independencia de la nacionalidad de los sujetos, en un período de tiempo, generalmente el año, y viene expresado en unidades monetarias. El PIB se usa frecuentemente como una medida del bienestar material de una sociedad, considerándose su crecimiento como un indicador positivo de las políticas económicas aplicadas.

El análisis económico neoclásico asocia el mayor nivel de ingresos al aumento de bienestar, porque al incrementar el consumo se satisfacen en mayor medida las necesidades. Sin embargo, es necesario analizar si el crecimiento del producto total en un país da lugar a una mejora real en su bienestar, porque aspectos, entre otros, como la contaminación del entorno y la desigualdad en la distribución de la renta no han sido asumidos por este indicador macroeconómico.

El PIB o valor monetario total de la actividad económica se puede calcular por tres métodos. El primero, sumando el valor añadido de los sectores económicos (primario, industrial y servicios). Un segundo método, por medio de la suma del gasto de las familias, las inversiones de las empresas, el consumo público y las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones) . Y el tercero, a través de los pagos realizados a cuantos han contribuido a la producción y comercialización de los bienes y servicios generados (retribuciones al trabajo, a los propietarios del capital e impuestos sobre la producción menos las subvenciones a las empresas).

El creador del PIB en los EE.UU, Simon Kuznets, ya reconocía la debilidad del PIB como indicador del progreso y el bienestar social. En busca de las percepciones de los ciudadanos, a través del Eurobarómetro, la Comisión Europea sigue la opinión pública en los países miembros, con el objeto de disponer de información relevante sobre el bienestar de las personas en los diferentes países.


En el gráfico se representa la evolución en los indicadores del crecimiento y del grado de satisfacción personal en los últimos 30 años. Podemos observar una evolución bastante pareja entre ambos índices en ciertas épocas, pero también una significativa caída de la percepción de bienestar en la segunda parte de la reciente crisis, cuando el PIB estaba ya creciendo.

Una de las limitaciones del PIB es que sólo registra las actividades que tienen expresión monetaria y no recoge otras que son necesarias para garantizar el sustento de las personas. Deja fuera al trabajo no remunerado realizado en los hogares, que se estima que puede ser el equivalente al 50% de la actividad monetaria, y tampoco computa la utilización de recursos naturales cuando no se realizan a través del mercado.

Otras limitaciones son que no tiene en cuenta la distribución de los recursos y del producto generado, con lo que no refleja el efecto real de la actividad económica sobre el bienestar de los ciudadanos, y tampoco es capaz de reflejar la calidad de las actividades computadas.

Un indicador más completo es el Indice de Desarrollo Humano (IDH), del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que abarca el nivel de renta, la educación, la esperanza de vida y la incidencia de la desigualdad, aportando una visión más completa de la situación real de un país

Aunque en una prestigiosa revista británica se opina que “el PIB no es un indicador fiable de la producción, aparte de ser una pobre medición de la prosperidad”, hoy día es la herramienta principal que está utilizándose para evaluar el bienestar de los países, aunque es cierto que se impulsa la búsqueda de instrumentos de medición complementarios.

























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