martes, 4 de agosto de 2015

LA IRREVOCABILIDAD DEL EURO

Las negociaciones actuales del Eurogrupo con Grecia apuntan  a que, si el país heleno no cumple las condiciones que se pacten,  puede quedar fuera del euro (“Grexit”).

También acaba de posicionarse en contra de la irrevocabilidad del euro el Consejo Asesor de Economistas del Gobierno alemán, que en el informe “Lecciones de la crisis griega para una eurozona estable” apoya una reglamentación de quiebras estatales y la posibilidad de que “Estados no cooperativos” abandonen el euro.

Con la irrevocabilidad del euro, la Eurozona dejaría de ser de hecho un ámbito con moneda única para convertirse en una zona de tipos de cambio fijos.

En tal tipo de sistema siempre hay un riesgo de devaluación, en tanto que en una auténtica zona de moneda única queda excluida esa posibilidad, porque las paridades se fijan de una manera definitiva.

El “grado de apertura al exterior” de una economía se mide sumando las exportaciones e importaciones y comparando el resultado con  el PIB. Mientras que en EE.UU ese coeficiente es del orden del 28%, en España llega al 60%, en Alemania al 85% y, en una economía europea de menor dimensión como Bélgica, más del 170%

La realidad es que las variaciones del tipo de cambio, que la creación de la zona euro vino a superar, pueden afectar sensiblemente a la renta de países tan abiertos al exterior como los europeos. Se recuerdan todavía las repercusiones negativas que tuvieron las grandes fluctuaciones de los tipos de cambio en Europa en el periodo entre las dos guerras mundiales del pasado siglo.

El tipo de cambio es una variable macroeconómica. Una devaluación reduce el precio relativo de los bienes interiores, por lo que aumentan las exportaciones y se reduce las importaciones. Se da el efecto contario en una revaluación.


Algunas veces, como ocurrió en las décadas de 1920 y 1930, las fluctuaciones de los tipos de cambio se utilizan como instrumento macroeconómico para salir de una recesión. Pero hay que tener en cuenta que el aumento de competitividad del país que devalúa reduce la de sus socios comerciales, con lo que da lugar a las represalias de los afectados, que pueden reaccionar devaluando también. Al final, el proceso de las devaluaciones competitivas aumenta la inflación en todo los países.

Aunque las economías europeas sean mucho más abiertas que los grandes países como EE.UU. y Japón, lo cierto es que los europeos comercian principalmente entre ellos mismos. Sin tener en cuenta el comercio intraeuropeo, es decir, los flujos comerciales bilaterales entre los países europeos, el grado de apertura de la Unión Europea con el resto del mundo es similar al de EE.UU. y Japón. Son, por tanto, las fluctuaciones de los tipos de cambio dentro de Europa las que preocupaban cuando se decidió implantar la moneda única.

En el caso de Grecia, el programa que han tenido que aceptar los helenos  no parece que vaya a solucionar los problemas de fondo del país, porque contiene elementos recesivos y puede ahondar en las desigualdades existentes como consecuencia de un lustro de austeridad y de ataques al estado del bienestar. Tampoco es un  acuerdo que  aproxime a la Europa de los ciudadanos, de la solidaridad y de la democracia. Responde más bien a los intereses de los poderosos acreedores.

La sociedad griga se ha manifestado claramente en contra de abandonar el euro. Como señalan algunos economistas, Grecia necesita ahora un plan de inversiones para mejorar la estructura productiva e impulsar la demanda, un profundo programa de reformas que mejoren su competitividad y una reestructuración de la deuda pública, como insistentemente han pedido los negociadores griegos, a los que se ha unido el Fondo Monetario Internacional. Esperemos que el tercer rescate que se está negociando no sea otro "flotador lleno de plomo"


No hay comentarios:

Publicar un comentario