martes, 7 de julio de 2015

LAS ZONAS MONETARIAS

El dilema económico y social de Grecia y del resto de los países periféricos europeos está enraizado en el mal desenvolvimiento de la Eurozona. Muchos economistas han venido opinando que la zona del euro no tiene las condiciones adecuadas para sostener una moneda única. Dada la ausencia de unión fiscal, no puede hacer frente a las asimetrías que se dan entre los países. 

A principios de la década de 1990, una crisis cambiaria  convulsionó el Sistema Monetario Europeo (SME), que se había creado en 1979 para avanzar hacia una cooperación monetaria más estrecha entre los países miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE)

El SME, que había funcionado bien a lo largo de una década, estaba basado en paridades fijas entre las monedas, pero con una banda de fluctuación  que debía mantener cada país en su tipo de cambio con respecto a los demás miembros.

El sistema cambiario se desestabilizó fundamentalmente por las consecuencias macroeconómicas de la reunificación de Alemania. Ante las presiones que el proceso unificador estaba ejerciendo sobre la demanda, el Bundesbank (banco central alemán) mantenía unos elevados tipos de interés para evitar el aumento excesivo de la producción y el incremento de la inflación en el país

Los otros miembros el SME necesitaban tipos de interés más bajos para sostener el nivel de empleo, pero tuvieron que seguir la trayectoria de  las tasas de interés alemanas, por la obligación de mantener las paridades cambiarias.

El aumento de la probabilidad de devaluación en algunas monedas provocó ataques especulativos hacia septiembre de 1992. Los inversores financieros decidieron vender masivamente algunas de las monedas del SME para aprovecharse de la pérdida de valor tras la devaluación. Las subidas de los tipos de interés no fueron suficientes para evitar la salida de capitales de los países y los bancos centrales tuvieron grandes pérdidas de reservas.


Tras varias devaluaciones de algunas monedas europeas, entre ellas la peseta española, a mediados de 1993 se decidió ampliar la banda de fluctuación hasta un 15% en torno a las paridades centrales, normativa que se mantuvo vigente hasta la adopción del euro como moneda.

Analizando las circunstancias en las que un grupo de países podría querer tener una moneda común, que supone adoptar un sistema de tipos de cambio fijos, el economista Robert Mundell concluye que debe darse en ese grupo de países la movilidad de los factores. Además del capital, los trabajadores de esos países deben estar  dispuestos a trasladarse de las naciones  con mala situación económica a las que marchan bien, a fin de que los países puedan adaptarse a las perturbaciones económicas.

Así, cuando la tasa de desempleo es alta en un país, se transladan trabajadores a otras naciones, haciendo que la tasa decrezca hasta el nivel normal. Si la tasa de paro es baja, entran trabajadores en el país, por lo que el desempleo vuelve al nivel normal. En lugar de medidas de política macroeconómica, actúa de elemento estabilizador la movilidad de los factores.

Desde que terminó el proceso de conversión de las monedas nacionales al euro a comienzos de 2002, se ha establecido como la única moneda para 19 países europeos. Se calcula que las eliminaciones de las transacciones en divisas dentro de la zona del euro han dado lugar a la reducción de los costes de un 0,5% del PIB conjunto de los países. Se estima también que la moneda única ha aumentado la competencia entre las empresas, que ha favorecido a los consumidores.

Pero es evidente que los países europeos experimentan perturbaciones muy distintas y la movilidad del factor trabajo está siendo muy baja, debido a las diferencias lingüísticas y culturales entre los países europeos.

Se ha podido comprobar en los años recientes que, cuando uno o varios miembros de la zona euro ha sufrido una disminución de la demanda y de la producción, al no poder utilizar el tipo de interés o el tipo de cambio para mejorar la actividad económica (no es posible devaluar la moneda), se recurre a bajar los salarios y los precios (devaluación interna) con respecto al resto de la zona euro para que se produzca una depreciación real y mejore la competitividad, un proceso que resulta largo y doloroso. 

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