martes, 28 de octubre de 2014

LAS MAGNITUDES MACROECONÓMICAS


Tanto la prensa escrita como la televisión recogen habitualmente noticias sobre las tres principales variables macroeconómicas de un país: la producción agregada, con el PIB como indicador; el desempleo, que se cuantifica sobre todo por la Encuesta de Población Activa (EPA), y la subida del nivel general de precios, que viene medida por el índice de precios de consumo (IPC) y el deflactor del PIB. Vamos a resumir el significado de esas variables y la evolución de los indicadores citados en la economía española.

Fue al final de la Segunda Guerra Mundial cuando se formuló en la mayoría de los países el Sistema de Contabilidad Nacional, a fin de elaborar un indicador de la actividad agregada o total, al que se denominó Producto Interior Bruto (PIB).

El PIB de un período puede determinarse a través de tres vías: a) el valor de los bienes y los servicios finales producidos (no los bienes intermedios, que se van a utilizar para obtener los finales); b) la suma del valor añadido (producción menos bienes intermedios utilizados), y c) la suma de las rentas de trabajo y de capital generadas.

El valor monetario de los bienes y servicios finales producidos utilizando los precios corrientes se denomina PIB nominal. Si calculamos el PIB a precios constantes, es decir, eliminando  la influencia de la variación de los precios, obtenemos el PIB real.



El gráfico representa la evolución del PIB real español en porcentajes trimestrales en la última década. El PIB generado por la economía española registró un crecimiento trimestral del 0,6% en el segundo trimestre de 2014. Las estimaciones del Banco de España señalan que en el tercer trimestre  el incremento se ha reducido al 0,5%.

En términos anuales, la tasa de crecimiento es del 1,2%, siete décimas mayor que la calculada en el trimestre anterior, al haber aumentado la demanda nacional, contrarrestada en parte por una contribución negativa del sector exterior.

La segunda variable importante es el desempleo: las personas que no tienen empleo pero están buscándolo. El colectivo formado por los desempleados más los ocupados constituye la población activa. Si dividimos los desempleados entre la población activa obtenemos la tasa de paro.

Las personas que no tienen empleo ni lo están buscando se consideran inactivas. Cuando el nivel de paro es elevado, hay personas desempleadas que dejan de buscar trabajo y engrosan el colectivo de trabajadores desanimados.



El número de parados tiende a disminuir en España desde hace dos años, aunque a un ritmo muy lento. En el tercer trimestre de 2014 ha descendido en 195.200 personas y se sitúa en 5,4 millones (23,67%)

Hay 151.000 nuevos empleados, pero el número de activos se reduce en 44.200. La suma de ambos grupos (los que encuentran empleo y los que dejan de buscarlo) da el número de personas (195.200) que abandonan la condición de parados.

La inflación es la tercera gran variable macroeconómica. Supone una subida del nivel de precios. La deflación, el efecto contrario, es el descenso continuado del nivel general de precios. 

Existen dos medidas  de la inflación: el IPC, que es el aumento de  precio de los bienes y servicios que se consumen, y el deflactor del PIB, que recoge la variación de todos los bienes y servicios que produce el país, incluidos tanto los que componen la cesta de la compra como los elementos productivos que compran las empresas.



Las variaciones del  índice general, que son negativas desde el verano pasado, como observamos en el gráfico, vienen muy influidas por las alteraciones del precio del petróleo.  En cambio, el índice subyacente, que no incluye los productos energéticos ni los alimentos sin elaborar, es más estable.

Ambos métodos dan en general valores parecidos, pero difieren en ciertos momentos. Así, cuando el precio del petróleo sube,  el IPC suele aumentar más que el deflactor (afecta al consumo pero no se produce en el país) y ocurre lo contrario cuando el precio de los bienes importados baja en relación con los producidos en el país.

martes, 21 de octubre de 2014

FLUCTUACIONES DE LA INVERSIÓN



El gráfico que reproducimos a continuación recoge la evolución del consumo y de la inversión en España desde el 2007, año en que comienza la crisis financiera:




El consumo y la inversión privada son los dos componentes más importantes del Producto Interior Bruto (PIB) del país. Aunque el consumo tiene mayor peso (58% del PIB), las variaciones del gasto agregado son debidas sobre todo a la inversión (17,7% del PIB en 2013).

Como observamos en el gráfico, la inversión privada es una variable mucho más inestable que el consumo. Así, en el 2009, año del mayor descenso del producto del país, el consumo disminuyó el 3,8% y la inversión cayó nada menos que el 18,3%

La inversión privada recoge tres grandes apartados: a) instalaciones y equipos, que son compras de nuevos bienes de capital (edificios, maquinaria y equipos, ordenadores, software…); b) inversión en existencias, tanto de materiales como de productos para vender, y c) inversión residencial, es decir, compras de nuevas viviendas por las familias. Vamos a desarrollar los dos primeros apartados, que constituyen la inversión empresarial.

Las empresas realizan inversiones productivas cuando los rendimientos futuros que esperan sean suficientes para compensarles los riesgos en que incurren. Como en la mayoría de las ocasiones, la inversión se financia en parte con crédito, un tipo de interés más elevado aumenta el coste de realizar la inversión, lo cual quiere decir que habrá menos proyectos con rendimiento suficiente para compensar los intereses y generar beneficios. Es razonable, por tanto, que el incremento de los tipos de interés real (interés nominal menos la inflación) ocasione una reducción del volumen de inversión.

La experiencia de estos últimos años nos indica que, en un período de recesión, los bancos reducen el nivel de los préstamos concedidos, porque están menos dispuestos a afrontar los riesgos de un incremento de impagos. Por lo tanto, además del coste de la financiación, también la dificultad de disponer de fondos afecta a la inversión.

Los riesgos que llevan los proyectos de inversión hacen que sean tan inestables. Los cambios de expectativas sobre el futuro se producen con tal rapidez y contundencia que sorprenden muchas veces a los responsables de las empresas. Como hemos observado recientemente, la entrada en recesión reduce inmediatamente el nivel de las inversiones, puesto que caen las expectativas de beneficios futuros y disminuye la predisposición de afrontar riesgos. En este contexto, una política de reducción del tipo de interés apenas consigue incrementar la inversión.

El segundo componente de la inversión privada, las variaciones de existencias de materiales y productos para la venta, es muy inestable. Como las empresas tratan de mantener un ritmo constante de producción, aumentan los stocks cuando las ventas se reducen y los venden cuando se recuperan.

Cuando la economía se desacelera, se almacenan existencias de modo involuntario, lo cual tiene un efecto contractivo en la producción. Las variaciones de producción inducidas por las existencias dan lugar a los llamados ciclos de inventario.

Según el Cuadro Macroeconómico que ha presentado el Gobierno, la demanda nacional mostrará en el 2015 un comportamiento positivo, que se sustenta en el aumento de la inversión en bienes de equipo (+6%) y en la recuperación del sector de la construcción (+3,1%). 

 Pero la realidad es que, al comenzar la crisis financiera, la inversión llegó a alcanzar el 30,7% del PIB y cinco años más tarde está en poco más de la mitad (17,7%). La inversión pública en infraestructuras y nuevos servicios, que solía representar en torno al 3% del PIB, se ha frenado en seco y la inversión privada avanza con dificultades porque las empresas tratan de reducir su deuda y los bancos no dan facilidades en la concesión de créditos.

martes, 14 de octubre de 2014

LA IMPORTANCIA DE LAS EXPECTATIVAS


El precio de un activo para invertir depende de tres atributos básicos: rendimiento, riesgo y liquidez. Pero en muchas ocasiones, sin que medien circunstancias extraordinarias que afecten a los atributos, las curvas de oferta o de demanda de un activo se desplazan de modo tan drástico que causan importantes movimientos en el precio.

El primer caso paradigmático fue el precio de los bulbos de tulipán en Holanda a comienzos del siglo XVII. Llegaron a cotizarse al precio de una modesta vivienda, pero al poco tiempo perdieron casi todo su valor. En el siglo XX, el precio del oro pasó en la década de 1980 de 98 a 613 dólares la onza (ahora se cotiza en torno a 1.225). Y el 19 de octubre de 1987, el valor de las acciones en Wall Street cayó un 25%, sin que tampoco se conociera ninguna circunstancia especial para tamaño descalabro.

La explicación hay que buscarla en el importante papel que desempeñan las expectativas en el mercado de activos. La demanda actual de un activo no depende sólo del rendimiento inmediato que otorga, sino de las expectativas de lo que valga en el futuro.

La economía keynesiana ya señalaba el papel que juegan las expectativas en el ciclo económico. Unas expectativas favorables animan a realizar proyectos de inversión, que provocan una fase expansiva en la economía. En cambio, cuando las perspectivas son desfavorables se contrae la demanda y puede conducir a la recesión.

Un buen ejemplo de la influencia de las expectativas lo tenemos en la evolución del sector inmobiliario en España. En el gráfico que reproducimos a continuación se señala la evolución del precio del metro cuadrado de vivienda nueva en los últimos 30 años:
 



Como puede observarse, a partir de 1997, la compra de viviendas se aceleró considerablemente, debido a los bajos tipos de interés vigentes tras la entrada en el euro, las facilidades concedidas por los bancos en busca de beneficios sabrosos y, sobre todo, las expectativas consolidadas de que los precios de las viviendas siempre irían subiendo. Se había llegado a compartir la confianza de que el ladrillo era una inversión segura y de buen rendimiento.

Las expectativas se forjan observando la experiencia del pasado cercano. Se espera que lo que ha sucedido en unos pocos años anteriores continúe ocurriendo en el futuro. Si el precio de la vivienda subió en España entre 1997 y 2007 a un ritmo anual en torno al 11,5%, con una inflación media anual no superior al 3,5%, se confiaba plenamente en que los años siguientes depararían buenas plusvalías. Resultaba increíble la idea de que una vivienda pudiera bajar de precio, aun cuando los medios de difusión ya habían aireado la experiencia japonesa de la década de 1990, en la que los precios inmobiliarios bajaron drásticamente.

Y es lo que ha ocurrido también en España. La corrección de los precios del sector inmobiliario iniciada hace siete años parece que aún no ha concluido, como consecuencia de la lentitud con la que se está produciendo el ajuste.

Por tanto, al formular expectativas más vale no olvidar el conocido aforismo: “Cuando se trata de predecir el futuro, todas las bolas de cristal son turbias”

 

martes, 7 de octubre de 2014

LAS FLUCTUACIONES ECONÓMICAS


La crisis ha desmontado la ilusión de que las tasas de crecimiento de la década 1997-2007 suponían una moderación de los ciclos económicos. Hoy día volvemos la mirada a los principios de la macroeconomía, que afirman la recurrencia de las fluctuaciones económicas, con el agravante añadido de que los continuos movimientos de capitales especulativos pueden contribuir a ampliar esas fluctuaciones.

Lo cierto es que los países experimentan a lo largo de los años importantes alteraciones en el nivel de actividad económica. En el siguiente gráfico podemos observar la evolución de las tasas de variación anual del PIB español en el período 1980-2013:


Tras el período de expansión de mediados de los años 80 del siglo XX, que alcanzó su máximo en 1987, con un 5,5% de crecimiento, llegó la recesión de comienzos de los años 90, que hundió el PIB hasta el -1% en 1993. La economía trazó una “V” y vuelvió a la senda de expansión con rapidez, alcanzando de nuevo tasas elevadas de crecimiento en los cinco años siguientes, que culminaron en el 5% del 2000. 

En los primeros siete años de este siglo España creció a una tasa en torno al 3% anual, hasta que la gran recesión provocó descensos a partir del 2008, con el peor registro en el año 2009 (-3,8%). Los últimos cuatro años han sido de recesión, según la reciente revisión estadística.  

Una característica del ciclo económico español es que, ante la insuficiente capacidad de generar ahorro del país, se tiene que recurrir al ahorro extranjero, y el crecimiento se ve limitado por la evolución de la balanza de pagos, que suele sufrir un intenso deterioro en cuanto la economía empieza a crecer, debido al incremento de las importaciones

A España le cuesta mantener un ritmo de crecimiento moderado y las etapas de expansión van seguidas por períodos de crisis y fluctuaciones en forma de dientes de sierra, que reducen el potencial de crecimiento y crean incertidumbres en el entramado empresarial.

Las fluctuaciones de la actividad económica, las coyunturas o ciclos económicos, difieren entre ellos en duración e intensidad. En el período 1980-2013, según el gráfico, cada uno de los dos ciclos que se producen tiene una duración en torno a 15 años, con puntos de inflexión mínimos en 1980, 1993 y 2009. 

A comienzos de los años 1990, el hundimiento de los países del antiguo bloque del Este provoca una convulsión en la economía mundial, que pudo estar en el origen de la recesión del primer ciclo mencionado. En cuanto al segundo, en agosto de 2007 coincide con la aparición de las hipotecas basura de EE.UU., que se agravó en España por la explosión de la burbuja inmobiliaria.

La crisis económica ha tenido un fuerte impacto negativo sobre la capacidad productiva del país, a causa del menor crecimiento de la población y de la caída de las inversiones, que van a dificultar la reducción del componente cíclico del elevado desempleo que padecemos.